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  • Foto del escritorPablo Prieto

El Premio Nobel de Economía, los bancos y el sistema financiero

Actualizado: 12 oct 2022

Este lunes 10 de octubre se anunció el tan esperado Nobel de Economía 2022. Así, el premio Nobel de este año fue otorgado a tres economistas: Ben Bernanke, el ex presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos y uno de los banqueros centrales más famosos de nuestra época; Douglas Diamond, profesor de la Universidad de Chicago; y a Philip Dybvig, profesor de la Universidad de Washington en St. Louis. El Nobel fue entregado a estos tres economistas por “sus investigaciones sobre los bancos y las crisis financieras”. Estos tres economistas ganaron el Nobel por fundar la teoría moderna de la banca y de la intermediación financiera con repercusiones para entender además los riesgos financieros de los bancos y cómo estos pueden generar crisis económicas.

Los trabajos de estos tres economistas nos han ayudado a entender el rol fundamental que cumplen los bancos dentro de un sistema económico, iluminando sus mecanismos, funciones elementales y, además, sus potenciales riesgos sistémicos. Los trabajos de Bernanke, Diamond y Dybvig nos ayudan a iluminar tres preguntas fundamentales dentro de un sistema económico: 1) ¿Por qué los bancos existen y cuáles son sus funciones más esenciales?; 2) ¿Por qué son los bancos, precisamente, aquellas instituciones que realizan dichas funciones?; y 3) ¿Cuáles son los riesgos inherentes y sistémicos que dichas actividades pueden generar dentro de una economía? Veremos en esta columna cómo el trabajo de estos tres economistas ayuda a responder a estas tres preguntas clave.


La respuesta a estas preguntas se puede encontrar en tres papers (artículos académicos) trascendentales que fueron citados por el comité del Nobel de Economía, los cuales todos fueron publicados a principios de la década de 1980. En específico, dos contribuciones teóricas de Diamond y Dybvig (1983) y Diamond (1984); y una contribución empírico-histórica de Bernanke (1983). En su esencia más básica estos tres trabajos nos demuestran que el rol fundamental de los bancos es de actuar como puentes financieros entre ahorradores diseminados en el sistema e inversores o empresarios que necesitan financiamiento. Es decir, como todo puente, el rol fundamental de los bancos es dual: por una parte, es el de ofrecer servicios a personas que poseen ahorros y de tomarlos como depósitos (al ofrecer servicios como cuentas corrientes) y, por el otro lado, de utilizar y movilizar esos fondos para otorgar préstamos y créditos a empresas, inversionistas, hogares, etcétera, para que así financien sus actividades económicas. Los bancos son un puente financiero temporal entre personas que tienen fondos en exceso y no desean usarlos en consumo hoy (ahorrantes), y aquellos que no tienen fondos, pero sí desean usarlos hoy para iniciar alguna actividad económica. De esta forma, tanto los activos bancarios (los préstamos y créditos) como los pasivos (los depósitos) son valiosos y complementarios, por lo que no se puede entender la actividad bancarias sin reconocer ambas funciones. El trabajo de estos economistas nos enseña por qué los préstamos y los depósitos deben naturalmente coexistir: son dos caras de la misma moneda.


El trabajo de Diamond (1984) titulado “Intermediación financiera y monitoreo delegado” (ver aquí), nos explica cómo los bancos surgen como instituciones para reducir los costos de transacción y de monitoreo entre las partes. Los bancos son entidades que surgen para resolver el problema de monitoreo y control entre muchos ahorrantes dispersos y empresas que necesitan crédito. Sin los bancos, los ahorradores tendríamos que estar constantemente alertas e incurrir en muchos costos de seguimiento, evaluación y monitoreo diario de todas aquellas empresas prestatarias que necesitan crédito. Si nosotros hacemos un préstamo a una empresa, y los bancos no existieran, tendríamos que: 1) evaluar económicamente a la empresa y saber su historia, 2) monitorear los pagos mensuales, 3) tener un sistema económico y legal para cobrar el crédito en el caso de que la empresa se atrase, y un largo etcétera de costos y actividades.


Resulta evidente que esta tarea de “intermediación financiera” requiere de experiencia, foco y especialización, conocimiento técnico, y mucho tiempo, por lo que nosotros como ahorrantes no podríamos hacerla por nuestra propia cuenta de forma económica o eficiente. El sistema de crédito prácticamente no existiría; es por este motivo que nacen los bancos: en lugar de que los ahorradores tengan que incurrir en costos de seguimiento de las empresas prestatarias, el banco lo hace por ellos, reduciendo los costos de transacción del sistema. Pero ante esto surge una nueva pregunta: ¿quién supervisa al banco? Este es el famoso problema de Quis custodiet ipsos custodes? o de ¿quién vigila a los bancos vigilantes?


La respuesta que da Diamond (1984) es simple, pero a su vez brillante. Debido a que los bancos usan economías de escala e incurren en una gran cantidad de préstamos heterogéneos, estos además diversifican su portafolio de préstamos entre muchos prestatarios, lo que permite que los rendimientos y los flujos financieros de los bancos sean más predecibles que los flujos de cualquier prestatario o ahorrante individual (esto es parecido a la ley de los grandes números en los sistemas de seguros). Como resultado de esta predictibilidad en sus movimientos, el banco puede emitir deuda (relativamente segura) a los ahorradores, que no necesitan monitorear constantemente al banco. En la mayoría de las circunstancias, el banco pagará la deuda al ahorrador y en circunstancias muy raras, incumplirá. Los bancos son una institución que ahorra en costos de transacción en el mundo de la intermediación financiera, lo que explica por qué su forma ha sobrevivido durante milenios y por qué son el motor de un sistema capitalista.


Relacionado con dicho paper que ilumina la esencia de los bancos, el trabajo de Diamond y Dybvig (1983), titulado “Corridas bancarias, seguro de depósitos y liquidez” (ver aquí), lo complementa al iluminar el riesgo inherente e ineludible que tiene dicha actividad de intermediación financiera: un problema de temporalidad y de liquidez. Resulta claro que hay una tensión inherente a la actividad bancaria: por un lado, el banco ofrece la posibilidad a los ahorrantes de “estacionar” sus ahorros en el banco en forma de depósitos a plazo, cuentas corrientes, etcétera, obteniendo una pequeña ganancia y dando la posibilidad a los ahorrantes de retirar sus ahorros en el corto-mediano plazo; y, por el otro lado, el banco incurre en una actividad de préstamos para financiar actividades de largo plazo.


De esta forma los bancos, al cumplir su actividad más esencial (puente financiero y temporal), también están ineludiblemente expuestos a un riesgo de temporalidad y de liquidez. En simple: prestan a largo plazo pero reciben ahorros y depósitos que son de corto plazo. Dicha diferencia es inevitable y puede resultar fatal. El trabajo de Diamond y Dybvig (1983) nos recuerda que desafortunadamente la actividad bancaria —por más necesaria y esencial que esta sea— viene con un grado de fragilidad ineludible. El equilibrio de un banco se rompe si todos los ahorrantes deciden, en masa, que quieren que se les devuelvan su dinero inmediatamente. Esto puede conducir a una corrida bancaria producto del pánico de los ahorrantes de ser los primeros en la fila para retirar sus ahorros. El banco no tiene forma de diferenciar quién realmente necesita retirar dinero por necesidad, de aquellos que podrían estar simplemente retirando los fondos debido al pánico. En palabras de Diamond: “tenerle miedo al miedo por sí mismo” es un gran problema que puede generar pánico y colapso de los bancos. Una de las cosas más importantes que se desprenden del extenso trabajo de Diamond es que la actividad bancaria es peligrosa y frágil, pero que además esta es el motor del sistema capitalista, en cuanto los bancos sostienen el sistema de intermediación financiera que es el aceite del motor de la actividad económica.


De esta forma, los bancos pueden ayudar a aumentar la inversión, la prosperidad y el crecimiento económico de largo plazo; pero, al mismo tiempo, esta forma de crecimiento se sostiene en la actividad bancaria que es frágil y expuesta a altos riesgos. El crecimiento económico moderno y la fragilidad del sistema financiero están íntimamente vinculados. Al ser frágiles y riesgosos los bancos pueden a su vez respaldar el crecimiento. Uno no puede obtener uno sin el otro. Con todo, extender crédito también expone a los bancos a las corridas de sus propios depositantes pudiendo acabar con ellos. Paradojalmente, la fragilidad bancaria proviene de la función inherente que realizan los bancos, no se puede tener uno sin el otro. Ahora bien, los bancos han creado formas privadas y muy creativas para resolver este problema sin necesidad de un Banco Central (Paniagua, 2020).


Sin duda el modelo de Diamond y Dybvig (1983) nos enseña que la actividad bancaria es inherentemente riesgosa y propensa a fragilidades; pero dos conclusión equivocadas que se pueden desprender de esto es creer: 1) que la actividad bancaria está siempre propensa a pánicos y corridas bancarias sistémicas de manera endógena e inevitable, a prescindir del contexto institucional y legal en que se encuentra y 2) creer que debido a esa presunta inestabilidad inherente de la banca, el Estado y los gobiernos tienen la obligación de intervenir siempre en el sistema financiero con sistemas como el seguro federal de depósitos (FDIC).


Pues bien, el modelo Diamond y Dybvig (1983) no da pie teórico para concluir ninguna de esas dos cosas. Por ejemplo, Calomiris y Haber (2014), en su célebre libro “Frágil por diseño” demuestran que la fragilidad sistémica de la banca no es algo inherente a la dinámica del negocio bancario, sino que depende más bien del sistema legal y regulatorio que los Estados le imponen a los bancos. La fragilidad sistémica de la banca es producto del contexto institucional y legal en la cual debe operar y no tanto de sus dinámicas internas (Paniagua, 2017). Segundo, a pesar de que los bancos poseen dichas fragilidades endémicas representadas por el modelo de D-D, esto no significa que el Estado sea la única (o la mejor) solución a dichas fragilidades. De hecho, Diamond y Dybvig (1983) reconocen que una acción de liquidez adecuada (tradicional) también puede eliminar corridas bancarias. La Reserva Federal, por ejemplo, podría: “brindar un servicio similar al seguro de depósitos”, mediante su rol de prestamista de ultima instancia y “comprar activos bancarios … a precios superiores a su valor de liquidación”, esta acción tendría el mismo efecto” que seguros de depósitos u otras regulaciones del Estado (ibíd., 417). Tercero, y finalmente, los bancos a lo largo de la historia han sido bastante más creativos que los Premios Nobel de Economía y han creado distintos sistemas contractuales, opciones en depósitos, sistemas de clubes y otros mecanismos privados para defenderse de corridas bancarias sin la necesidad de la intervención de una entidad central (ver aquí y aquí). En síntesis: “Es evidente observar que los bancos no son instituciones fundamentalmente defectuosas … Los pánicos simplemente no son una característica de la mayoría de las economías que tienen bancos. El mundo real es más complicado” (Gorton y Winton, 2002).


Finalmente, el trabajo de Bernanke (1983) conecta de forma elegante y empírica todas estas ideas de Diamond y Dybvig con la realidad y con la catastrófica experiencia de la Gran Depresión de los años 30. Antes del trabajo del Premio Nobel de Economía Milton Friedman y Anna Schwartz en los años 70 (ver aquí), los economistas y los pensadores políticos creían —de forma equivocada— que la Gran Depresión fue el producto de los “espíritus animales” sin control, el producto de las presuntas “contradicciones” del capitalismo o producto de la codicia desenfrenada de los años 20. Friedman y Schwartz, usando la historia bancaria de Estados Unidos y utilizando evidencia estadística, lograron demostrar que la Gran Depresión no fue producto del capitalismo, sino que fue ante todo el producto de una falla del Estado (government failure) y el producto de un profundo error de la de la Reserva Federal de los Estados Unidos.


El trabajo de Ben Bernanke, con sus ensayos seminales respecto a la Gran Depresión (ver aquí), ha mostrado el impacto negativo que tienen las quiebras bancarias en la economía real y cómo las quiebras bancarias y los problemas de liquidez exacerbaron la Gran Depresión. Ben Bernanke (1983) además confirma y le da la razón a Friedman y Schwartz arrojando nueva luz y nueva evidencia respecto al rol de las quiebras de los bancos en la propagación de la Gran Depresión durante toda la década de los 30. En dicho artículo Bernanke nos enseña que no sólo fue la disminución de la oferta monetaria lo que causó la crisis económica más grande de la historia de la humanidad (la tesis de Friedman y Schwartz), sino que también jugó un rol la disminución de la oferta crediticia producto de la quiebra de los bancos y las corridas bancarias ante la cual ‘la Fed’ hizo poco o nada. En simple, la Fed dejó sin liquidez a los bancos y dejó que las corridas bancarias se transmitieran por todo el sistema, generando un pánico sistémico. Esto provocó luego oleadas de quiebras bancarias durante toda la década de 1930, las cuales redujeron la capacidad de la economía para generar y trasmitir crédito a las actividades económicas prolongando y exacerbando la caída de la producción.


Bernanke luego trajo toda esta línea de pensamiento teórico de Diamond y Dybvig y las conclusiones históricas de la Gran Depresión y las tradujo en acciones de política pública como jefe de la Reserva Federal durante las crisis financieras de 2008-2009. Bernanke estimó que era fundamental rescatar a los bancos porque creía que estos eran un puente fundamental entre los ahorradores, los inversores y la actividad económica, y si ese puente financiero se mantenía roto por mucho tiempo los resultados serían catastróficos. Siguiendo a Diamond y Dybvig, Bernanke rescató a los bancos en el 2008-2010 para salvar los puentes más importantes del sistema. Por todos estos motivos, estos tres economistas son merecedores del Nobel.


Finalmente, en una de las ironías de la vida, el ahora Premio Nobel Ben Bernanke, celebrando el cumpleaños 90 del Nobel Milton Friedman, reconoció que los bancos centrales habían sido los culpables de la Gran Depresión. En palabras de Bernanke: “permítanme terminar mi charla abusando un poco de mi condición de representante oficial de la Reserva Federal. Me gustaría decirles a Milton y Anna: Con respecto a la Gran Depresión. Tienen razón, lo hicimos. Lo sentimos mucho. Pero gracias a ustedes, no lo volveremos a hacer”. Es de esperar que los futuros banqueros centrales del mundo reconozcan sus errores y aprendan de los nuevos galardonados.

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