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Marx: las ideas tienen consecuencias

Actualizado: 26 jun 2023

“Hasta ahora los filósofos se han dedicado a interpretar el mundo. A partir de ahora lo que hay que hacer es transformarlo”.

Karl Marx


“La locura es hacer lo mismo una y otra vez, pero esperando resultados diferentes”.

Rita Mae Brown


No cabe duda que Karl Marx (1818–1883) es uno de los intelectuales más importantes de la historia del pensamiento occidental. Probablemente no sea exagerado sostener que Marx, desde el tiempo que escribió hasta la fecha, es tal vez uno de los filósofos más influyentes de occidente, al desarrollar una teoría política, filosófica, económica y sociológica que dejó profundas huellas en la historia y en el pensamiento de todo el siglo XX. Por lo demás, su legado sigue siendo discutido incluso hasta estos días, como este ensayo lo prueba. En los últimos años, y en particular después de la crisis financiera del 2007-2008, la figura intelectual de Marx se ha elevado a niveles nunca antes vistos desde la Revolución rusa de octubre del 1917.


Durante el 2018 se celebraron los 200 años del nacimiento de Marx, con enormes eventos políticos, culturales e intelectuales a lo largo de todo el mundo y en casi todas las universidades. No se conoce ningún otro intelectual al que se le celebre el natalicio de manera tan rimbombante; ni Adam Smith causa tanto furor. Es tanta la influencia de Marx hoy que su texto el Manifiesto Comunista es uno de libros más utilizados como lectura obligatoria para la mayoría de los alumnos universitarios de Estados Unidos. De hecho, el Manifiesto Comunista aparece en casi 4.000 programas de estudios (syllabus) universitarios en todo Estados Unidos, al punto de ser top dos entre los autores asignados con mayor frecuencia en las universidades estadounidenses (la mayoría de estos syllabus están concentrados en las humanidades y casi ninguno en economía).[1]


La importancia académica y educacional de Marx hoy —sobre todo en campos como la teoría crítica, la filosofía, el feminismo, la sociología, estudios de género y antropología— es tan alta que Marx tiene casi las mismas citaciones en Google Scholar que John Maynard Keynes, Milton Friedman, F.A. Hayek juntos. Y es precisamente debido a esta exorbitante influencia que ha tenido en la formación intelectual de tantas personas en el mundo, que hoy resulta importante analizar críticamente su obra para entender a dónde nos podría conducir el pensamiento y las ideas del filósofo de Tréveris.


A pesar de su gran fama en las torres de marfil de las universidades, la figura intelectual de Marx hoy se ve empañada por un hecho no menor: en todos los países en donde se ha tratado de implementar sus ideas políticas y económicas, aquellos países han descendido en el caos económico, en el conflicto y, finalmente, en totalitarismos que han exterminado a millones de seres humanos.[2] Algunos países que han tratado de implementar las ideas de Marx son: la República Popular China de Mao Zedong, La Unión Soviética de Lenin y Stalin, la Camboya de Pol Pot, la Cuba de Fidel Castro, la República Democrática Popular de Corea del Norte, la Venezuela bolivariana de Hugo Chávez y la Etiopía Socialista del Derg, entre muchos otros. La evidencia empírica e histórica pareciera ser abrumadora: toda vez que se ha buscado implementar las ideas de Karl Marx, aquellos sistemas políticos y económicos han terminado transitando hacia sistemas totalitarios y liberticidas.[3]


En palabras del economista Geoffrey Hodgson: «Desafortunadamente, la historia de los experimentos socialistas ha sido en gran parte una de falla catastrófica. El costo ha sido decenas de millones de muertes, por hambruna o represión estatal. … Desde la década de 1840, el socialismo se ha asociado con la propiedad pública a gran escala y la planificación central de la economía. Todos los experimentos con este tipo de gran socialismo han terminado en dictadura. Esto no es un accidente. El resultado es una consecuencia de la centralización del poder político-económico».[4] Es decir, todo sistema socialista que ha seguido las ideas de Marx ha terminado convertido en burocracias verticales osificadas y en despotismo político. Esto pareciera no ser una coincidencia sino que —como veremos en el resto de este ensayo— la consecuencia inevitable y natural de las ideas de Karl Marx. La evidencia histórica señala que tanto la democracia como las libertades individuales (políticas y económicas) no pueden ser sostenidas en sistemas socialistas a gran escala.


Es aquí donde se nos sitúa un dilema intelectual no menor: ¿Cómo puede ser que, por un lado, Marx sea la figura intelectual más importante del pensamiento occidental contemporáneo (según los académicos), pero, por otro lado, cada vez que se han intentado sus ideas en la práctica, estas han llevado al totalitarismo y al exterminio de vidas? ¿debemos entonces abandonar las ideas de Marx y buscar otras fuentes de inspiración intelectual?


Una forma de responder a esta pregunta es simplemente esquivarla del todo al utilizar la clásica táctica de señalar que todas las experiencias políticas mencionadas anteriormente no eran «verdaderos socialismos», y que, por ende, Marx restaría libre de culpa en cuanto sus ideas nunca se han implementado en realidad. El problema es que, si aceptamos este argumento, igual nos señala otro gran problema para con Marx: ¿cómo es posible que desde 200 años de su muerte y no obstante se haya tratado de implementar sus ideas en innumerables ocasiones en el mundo, todavía no hayamos podido dar en el clavo con la teoría de Marx? Dicho en simple, o la humanidad es muy torpe para las elevadas ideas de Marx o simplemente las ideas de Marx son imposibles de implementar o inteligibles. Claramente, esta forma de argumentación no es muy sostenible dado 200 años de Marx y la marea de tinta que se ha derramado respecto a sus ideas.

He aquí entonces, otra señal de advertencia para con las ideas de Marx: si una idea ha sido intentada una vez —y fracasa—, dicho fracaso puede ser producto del caso o de algunos factores externos o exógenos a dichas ideas; pero si una idea fracasa más de quince veces a lo largo del tiempo y en innumerables contextos distintos, entonces esto quiere decir que, en el corazón de dichas ideas, hay algo profundamente equivocado que merece ser expuesto a la luz. Este es el gran problema de las ideas de Marx: cada vez que se han intentado sus ideas a lo largo de la historia, estas han conducido al caos económico y al totalitarismo; pareciera ser, entonces, que hay algo inherentemente deficiente en las ideas de Marx que no funciona y que pareciera no poder funcionar nunca.


De esta forma, y en lo que resta de este ensayo, buscaremos señalar que Karl Marx sí debe ser considerado intelectualmente culpable por muchas de las atrocidades y los exterminios masivos que han ocurrido con los socialismos y marxismos implementados desde su muerte hasta la fecha, que han seguido, a pies juntillas, la implementación política de sus ideas. Veremos entonces cómo la filosofía política de Marx está a la base normativa e intelectual de todos aquellos socialismos que terminaron en totalitarismos y cómo el pensamiento de Marx nos conduce a dicho derrotero. Pasemos entonces a explorar cómo la filosofía y la economía política de Marx inevitablemente nos conduce al totalitarismo y el exterminio de nuestras libertades, convirtiéndolo en el intelectual culpable.

1. Marx y la liberación a través del comunismo

Cabe partir mencionando que aquí consideramos a Karl Marx como un importante humanista,[5] que probablemente jamás hubiera querido ver en la realidad sistemas totalitaristas de opresión en donde se destruían las libertades individuales y en donde se obliteraba a la humanidad en campos de concentración en el nombre de sus ideas. De cierta manera, la economía y la filosofía de Marx buscaban liberar al hombre del yugo y de aquello que Marx consideraba opresivo, alienante y esclavizante en la sociedad capitalista —aquellas fuerzas invisibles del mercado, la propiedad y la división del trabajo que parecen guiarnos sin que nosotros podamos controlarlas—.[6]


Es en dicho sentido, de buscar liberar al hombre de la opresión de otros hombre y de las fuerzas económicas, que Marx era un verdadero humanista y su filosofía podría ser entendida como una filosofía secular de la liberación y a Marx como su profeta.[7] El trabajo de Marx entonces, a nivel ético y normativo, es emancipatorio en cuanto llama a la humanidad a revolucionar los sistemas económicos y políticos para intentar crear un mundo mejor y armónico, en donde predomine lo verdaderamente humano, lo colectivo y el amor de los hombres hacia sus pares. Para llegar a dicho paraíso en la tierra y liberarnos del yugo, Marx creía que era necesario la implosión del sistema capitalista, ya que este consideraba al capitalismo como la raíz de la explotación y de la opresión de la humanidad.


En particular, Marx veía al sistema capitalista —fundado en la propiedad privada, el dinero, la acumulación de capital y la división del trabajo— como la fuente esencial de la miseria, el extrañamiento y la subyugación del hombre por otros hombres por dos motivos clave: tanto la explotación, como la alienación que generaría, de forma inherente, el sistema capitalista.[8] Veamos, en detalle, estas dos críticas de Marx al sistema capitalista.


i) Primero, Marx, al basar su teoría económica en la teoría clásica del valor trabajo de David Ricardo, este creía que el capitalismo era inherentemente explotador.[9] En simple, la teoría del valor trabajo de Marx sostiene que el valor de una mercancía depende directamente del trabajo manual necesario para producirla. La teoría del valor trabajo es el pilar central de la magnum opus de Marx El Capital.[10] Usando dicha teoría clásica del valor, Marx formuló la siguiente pregunta: si todos los bienes y servicios en una sociedad capitalista tienden a venderse a precios (y salarios) que reflejan su intrínseco valor trabajo (medido por horas de trabajo), entonces: ¿cómo es posible que los capitalistas obtengan ganancias? La respuesta que da Marx es que el sistema capitalista genera dichas ganancias al extraer (o expropiar) valor (la plusvalía o el plusvalor) a los trabajadores que —según Marx— son la única fuente generadora de valor en la economía.[11] El resultado final según Marx: los capitalistas explotan a los trabajadores al extraer la «plusvalía» que les pertenece a estos, pero que es disfrutada por los capitalistas a través de las ganancias monetarias de las ventas de bienes y servicios. Para Marx, los capitalistas deben disfrutar de una posición privilegiada y poderosa como propietarios y acumuladores de los medios de producción y, por lo tanto, pueden explotar constantemente a los trabajadores manteniéndolos en condiciones miserables de subsistencia y en relaciones económicas subyugadoras.


Según Marx entonces, la única forma de liberar a la humanidad de la explotación que genera la acumulación de capital es acabar —de plano— con la propiedad privada y el mercado en base al uso del dinero. En palabras algo crípticas de Marx:


«La superación [o abolición, Aufhebung] de la propiedad privada es por ello, la emancipación plena de todos los sentidos y cualidades humanos; pero es esta emancipación precisamente porque todos estos sentidos y cualidades se han hecho humanos, tanto en sentido objetivo como subjetivo. El ojo se ha hecho un ojo humano, así como su objeto se ha hecho un objeto social, humano, creado por el hombre para el hombre. Los sentidos se han hecho así inmediatamente teóricos en su práctica. Se relacionan con la cosa por amor de la cosa, pero la cosa misma es una relación humana objetiva para sí y para el hombre y viceversa. Necesidad y goce han perdido con ello su naturaleza egoísta y la naturaleza ha perdido su pura utilidad, al convertirse la utilidad en utilidad humana».[12]


Este argumento de Marx, de que el sistema capitalista es inherentemente explotador, tiene un problema grave: toda su teoría de la explotación se construye sobre la base de su obsoleta teoría del valor trabajo. Uno de los grandes problemas de la teoría de Marx es que esta asume que la única fuente de valor en la economía es el trabajo manual; olvidando el rol clave que tienen las ideas, la creatividad empresarial y la destrucción creativa en generar valor y prosperidad ahí donde no existía antes.[13] En este sentido, la ciencia económica —al menos ya desde que Alfred Marshall (1842—1924) publicara su célebre libro Principles of Economics en 1890[14]— ya había abandonado completamente la teoría del valor trabajo para abrazar la teoría marginalista y subjetivista del valor.


Por motivos de espacio no podemos explorar este debate respecto a las teorías del valor,[15] pero la gran mayoría de los economistas, incluso Marxistas como John Roemer y Jon Elster, reconocen que la teoría del valor trabajo de Ricardo y Marx es una teoría obsoleta y equivocada para explicar el valor generado en las sociedades capitalistas modernas; y, por ende, poco o nada queda de la teoría de la explotación de Marx. En palabras de la célebre economista de izquierda Joan Robinson, la teoría del valor trabajo de Marx:


«[es] una afirmación puramente dogmática. … Esta teoría de los precios no es un mito ... tampoco pretendía ser una contribución original a la ciencia. Era simplemente un dogma ortodoxo. … En este plano, todo el argumento [de Marx] parece ser metafísico; proporciona un ejemplo típico de la forma en que operan las ideas metafísicas. Lógicamente es una mera confusión de palabras. … [e] ideológicamente, es un veneno mucho más fuerte que un ataque directo a la injusticia. El sistema no es injusto dentro de sus propias reglas. Por eso mismo la reforma es imposible; no hay más remedio que derrocar al propio sistema».[16]


ii) Segundo, Marx cree que el uso de la división del trabajo y de los mercados en la producción industrial capitalista genera un fenómeno de alienación que daña la esencia de la naturaleza del ser humano.[17] A diferencia de Adam Smith y el resto de los economistas que ven la división del trabajo como la fuente principal del progreso y de la creación de riqueza al aumentar la productividad y generar rendimientos crecientes de escala,[18] Marx le declara la guerra a la división del trabajo ya que, según este, exacerbaría el fenómeno de alienación.


En sus famosos manuscritos filosóficos[19], Marx trabaja en detalle la idea de la alienación como un fenómeno de «extrañamiento» (Entfremdung), que surge de la división del trabajo capitalista, en donde las personas se separan o alejan de su naturaleza humana esencial (Gattungswesen). Marx, construyendo desde las ideas de Hegel y Feuerbach, argumenta que la alienación del yo es consecuencia de ser parte mecanicista y racional de una sociedad industrial que se deja guiar por las señalas abstractas de los mercados, cuya condición aleja a la persona de su humanidad. De esta manera, según Marx, las clases trabajadoras son alienadas al ser dirigidas como piezas de un gran engranaje hacia metas económicas y productivas ajenas a sus propias metas o fines, y que además son dictadas por el sistema de mercado y por los capitalistas, alejando a las personas de su esencia y naturaleza humana. En palabras de Marx, la división del trabajo y el uso del dinero son alienantes en cuanto:


«El hombre se vuelve tanto más egoísta, carente de sociedad, enajenado de su propia esencia, cuanto mayor y más desarrollado se presenta el poder social dentro de las relaciones de propiedad privada. … [la división del trabajo] hace del hombre un ser abstracto; lo convierte, en la medida de lo posible, en una máquina para tal o cual efecto, en un aborto espiritual y físico. … En el régimen del dinero, en la completa indiferencia tanto hacia la naturaleza del material o naturaleza específica de la propiedad privada como hacia la personalidad del propietario privado, se hace manifiesto el dominio completo de la cosa enajenada sobre el hombre. Lo que fue dominio de una persona sobre otra es ahora dominio general de la cosa sobre la persona, del producto sobre el productor».[20]

En concreto, para Marx, existen cuatro formas de alienación en una sociedad capitalista:[21] a) Alienación con el producto: nuestro trabajo es solo una pequeña fracción del complejo producto final que se produce, por lo que parece que ya no nos pertenece. Además, el producto final es propiedad de la empresa con la que trabajamos y no de nosotros. Hay poca conexión entre nuestro trabajo y el complejo producto final. De esta forma, argumenta Marx, nos sentimos extrañados del producto final que vende nuestra empresa y a ratos incluso no nos sentimos participes de haber creado dicho producto.


b) Alienación del proceso productivo: Marx establece que nuestro trabajo es solo una pequeña fracción de todo el proceso de producción y, además, es repetitivo y monótono, por lo que nos sentimos desconectados de todo el motor complejo del sistema que produce bienes y servicios. De hecho, muchas veces no tenemos ni idea cómo funciona el proceso productivo de los bienes que fabricamos y cuál es nuestro real aporte en él. El gran proceso de producción de bienes es una cadena compleja de idas y vueltas de materiales y de servicios, en el cual nuestro aporte en la producción se ve de poca relevancia o de poca incidencia.


c) Alienación para con los demás: para Marx, nosotros trabajamos por salarios en un mercado laboral competitivo y competimos con otras personas, por lo que perdemos el sentido de unión y pertenencia o de ser parte de una comunidad tejida compacta con un propósito compartido. Según Marx, la competencia en el mercado del trabajo y entre empresas hace que perdamos el sentido de pertenencia a un grupo o clase y esto genera «extrañamiento» para con nuestros hermanos y hermanas de clase.


d) Alienación de la esencia propia: Marx, siguiendo a Feuerbach, cree que la división del trabajo mata nuestra creatividad y la esencia misma del ser humano, alejándolo de su verdadera esencia metafísica; pero, Marx nunca esclarece cuál se supone que es dicha «verdadera esencia».


En síntesis, cabe recordar al lector que Marx era un verdadero filósofo humanista, en el sentido que este buscaba, a través de la filosofía, la crítica al capitalismo y la revolución, liberarnos de las opresiones, la explotación y la alienación y el fetichismo que surgen —según el— de la propiedad privada, la división del trabajo y el dinero. Marx deseaba que fuéramos capaces de romper con la tiranía de la división del trabajo y las largas jornadas laborales, que impiden a los individuos desarrollar diferentes tipos de capacidades y talentos. Para Marx, la división del trabajo —guiada por las fuerzas del mercado y el intercambio— es la esencia misma de la alienación y de todo lo que está mal en el mundo; pues esta es contraria a la verdadera esencia del hombre. La división del trabajo enfrenta al hombre con su prójimo; crea diferencias de clase; destruye la unidad de la raza humana, promueve la explotación, etcétera. Marx tenía una preocupación casi teológica por la unidad de la humanidad y, por lo tanto, su hostilidad hacia la división del trabajo, la propiedad privada y los mercados era prácticamente total.[22]


Con todo, Karl Marx establece que la única forma de poder emancipar a la humanidad de la alienación que el capitalismo genera, es a través de desmontar las instituciones del capitalismo: abolir la propiedad privada de los medios de producción mediante su colectivización general o estatización, la planificación central y nacional de las grandes industrias, estatizar y monopolizar la banca y la generación de crédito y, finalmente, eliminar o marginar radicalmente a los mercados.[23] En palabras elocuentes de Marx:


«El salario es una consecuencia inmediata del trabajo enajenado y el trabajo enajenado es la causa inmediata de la propiedad privada. Al desaparecer un término debe también, por esto, desaparecer el otro. De la relación del trabajo enajenado con la propiedad privada se sigue, además, que la emancipación de la sociedad de la propiedad privada, etc., de la servidumbre, se expresa en la forma política de la emancipación de los trabajadores. … el comunismo … quiere aniquilar todo lo que no es susceptible de ser poseído por todoscomo propiedad privada. … El comunismo como superación positiva de la propiedad privada en cuanto autoextrañamiento del hombre, y por ello como apropiación real de la esencia humana por y para el hombre; por ello como retorno del hombre para sí en cuanto hombre social, es decir, humano».[24]


No cabe duda de que Karl Marx, a lo largo de todos sus trabajos, propuso una visión humanista y liberadora consistente de la sociedad, la cual podría ser alcanzada solo a través de la eliminación de la propiedad privada y una marginación de los mercados para optar por la planificación central como medio para coordinar al sistema económico.[25]Para Marx, si deseamos que la sociedad post-capitalista sea no alienante, entonces esta no puede tener un sistema de mercado y de precios para coordinar la producción y el trabajo.[26] Si el socialismo ha de ser un sistema en el cual la alienación ha sido efectivamente erradicada, esto requiere la eliminación de la producción mercantil (producción para el mercado y para la generación de utilidad) y, como consecuencia, la abolición de la propiedad privada por la institución de la planificación central que reemplace al mercado. Según Marx, solo en aquella utópica sociedad comunista que prescinde de la propiedad privada, de los mercados y de la división del trabajo, podemos lograr una:


«sociedad comunista, donde cada individuo no tiene acotado un círculo exclusivo de actividades, sino que puede desarrollar sus aptitudes en la rama que mejor le parezca, la sociedad se encarga de regular la producción general, con lo que hace cabalmente posible que yo pueda dedicarme hoy a esto y mañana a aquello, que pueda por la mañana cazar, por la tarde pescar y por la noche apacentar el ganado, y después de comer, si me place, dedicarme a criticar, sin necesidad de ser exclusivamente cazador, pescador, pastor, o crítico».[27]


2. Violencia, derechos de propiedad y la caja de pandora del poder

Como hemos visto, para Marx, la única forma de poder liberar a la humanidad de la explotación y la alienación capitalista, es a través de una revolución —violenta si es necesario— a través de la cual, con el uso de la fuerza y la coacción de una avanzada del proletariado, se cambien radicalmente los derechos de propiedad y se expropie por la fuerza la propiedad privada de los medios de producción. En palabras de Marx:


«el momento en que estalla en forma de revolución abierta y, a través del violento derribo de la burguesía, el proletariado instaura su dominio … el primer paso en la revolución de la clase obrera es elevar al proletariado a la posición de clase dominante para ganar la batalla de la democracia. El proletariado utilizará su supremacía política para arrebatar gradualmente todo el capital a la burguesía, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante … Evidentemente, en un primer momento esto solo podrá tener lugar si se interviene de forma despótica en el derecho de propiedad y en las relaciones burguesas de producción … Si en su lucha contra la burguesía el proletariado tiene que unirse como una clase, si se convierte, a través de una revolución, en la clase dominante y si, como tal, acaba violentamente con las antiguas relaciones de producción, al hacerlo acabará también con las condiciones que permiten la existencia del enfrentamiento entre las clases».[28]


Resulta claro, de los textos de Marx, que este creía que cuando llegara la revolución proletaria, dicha clase proletaria debe usar su posición dominante, la violencia organizada y la fuerza coercitiva del Estado para destruir los restos del capitalismo burgués al borrar (reconfigurar) los derechos de propiedad existentes. En este punto Marx es bastante explícito: «los comunistas … declaran abiertamente que sus fines solo pueden lograrse mediante el derrocamiento por la fuerza de todas las condiciones existentes».[29]

El punto esencial es que la teoría de Marx establece lo siguiente: la única forma de liberar a la humanidad de la alienación y la explotación es a través de una revolución violenta en donde un grupo de vanguardia se tiene que hacer con todo el poder político y económico con el objetivo de eliminar y reconfigurar los derechos de propiedad a voluntad, para así colectivizar los medios de producción. Esto suena fácil de ejecutar, pero presenta dos grandes problemas de economía política y que conducen inexorablemente al totalitarismo: i) el problema de la concentración del poder para redefinir los derechos de propiedad y la ausencia de una teoría del Estado en el pensamiento de Marx; y, ii) el problema de la planificación y los incentivos perversos que genera dicha concentración del poder. La falta de rigor, por parte de Marx, al no dar respuesta a estos problemas que surgen de forma inevitable de su propuesta política-económica de reconfigurar los derechos de propiedad, lo convierten en el intelectual culpable detrás de las ideas de muchos de los peores totalitarismos del siglo XX. Vamos por parte:


i) Primero, uno de los grandes problemas del pensamiento político de Marx es que su planteamiento económico respecto a erradicar la propiedad privada (i.e., alterar los derechos de propiedad de la tierra y de los medios de producción a voluntad), hacerse del control colectivo de las empresas y dirigir los medios productivos, no es complementado de forma sólida con una teoría coherente del Estado y del cómo hacer frente a la convergencia del poder político-económico. Es decir, Marx no elaboró en profundidad ninguna teoría política que nos indicara qué hacer frente a la concentración del poder en las manos de una entidad política como un partido o un grupo de revolucionarios que tendrá el poder absoluto que entrega el Estado respecto a la creación, eliminación y reasignación de todos los derechos de propiedad de un país.


Uno de los problemas del pensamiento de Marx es que no reconoce el desafío que genera el vórtice de poder al tener este la libertad de reasignar y eliminar derechos de propiedad de toda la economía a voluntad; haciendo que esta forma de socialismo siempre sea incompatible con el Estado de derecho y la democracia. Peor aún, esta forma de socialismo hace que sea imposible la descentralización y la democratización efectiva del poder económico, ya que este modelo requiere de un poder central que elimine (o ponga en cuestión) los derechos de propiedad de otros poderes locales, impidiendo a colectivos, comunidades locales, cooperativas y empresas de poseer verdaderos (y estables) derechos de propiedad sobre los medios de producción y el poder de intercambiar a voluntad sus productos en mercados. Sin aquellos derechos de propiedad bien definidos y estables (separados del poder central) no hay contrapeso de poder y este continua siempre residiendo en su totalidad en las manos del Estado o en el partido revolucionario.


Todo esto genera un problema de poder no menor, ya que aquellos políticos o revolucionaros que tienen dicho poder jurídico para eliminar y reconfigurar los derechos de propiedad, van a ser los mismos que además luego tendrán el poder de la coacción y el poder económico sobre los medios de producción; todos estos poderes residirán en las manos de unos pocos individuos; dicho poder concentrado termina siempre socavando la democracia, el Estado de derecho y, finalmente, las libertades de la sociedad civil y la de los individuos. Entonces, existen graves peligros políticos inherentes al socialismo de gran escala de Marx, ya que la concentración del poder económico y el libre arbitrio para con los derechos de propiedad en manos del Estado, requiere y promueve un poder ejecutivo fuerte y relativamente libre de restricciones y contrapesos. De esta forma, la concentración del poder económico requiere y refuerza la centralización del poder político. A fin de cuentas, todos los otros poderes compensatorios (la sociedad civil y las empresas) son socavados y lentamente eliminados del mapa porque estos carecen de sus propios recursos económicos independientes, resguardo jurídico de sus derechos de propiedad e influencia económica. Una vez aquí, el pluralismo político, la alternancia del poder, el respeto por la disidencia y la libertad de expresión, son todos elementos que comienzan a ser aniquilados.


Dicho de otra forma, bajo el sistema socialista de Marx, toda la economía y la sociedad civil quedan completamente supeditadas bajo el arbitrio y la suerte de la espada del poder de Damocles. Pues, una vez aquí, no hay contrapeso, ni tampoco límites, respecto al ejercicio arbitrario de dicho poder, y, peor aún, dicho poder puede ser ejercido sin contrapesos y ser blandido a los caprichos y árbitros de quienes lo poseen. De ahí al fin del Estado de derecho, a la eliminación de contrapesos de poder, a la erradicación de toda disidencia y, finalmente, al totalitarismo sacrificial hay pocos e inevitables pasos. En palabras de León Trotsky: «en un país donde el único empleador es el Estado, esto significa la muerte por inanición lenta. El antiguo principio: quien no trabaja, no come, ha sido reemplazado por uno nuevo: quien no obedece, no come».[30] Esto inevitablemente lleva, además, a la osificación política, a falta de dinamismo económico y poca —o inexistente— innovación empresarial. Todo esto ya había sido reconocido de forma muy lúcida por el gran escritor británico George Orwell cuando señalaba que:


«al poner toda la vida bajo el control del Estado, el socialismo necesariamente da poder a un círculo interno de burócratas, que en casi todos los casos serán hombres que quieren el poder por sí mismo y no se apegarán a nada ni a la orden con tal de retenerlo. ... el colectivismo no es inherentemente democrático, sino que, por el contrario, otorga a una minoría tiránica poderes con los que los inquisidores españoles nunca soñaron».[31]


ii) Segundo, y por consecuencia de lo anterior, la eliminación completa de los derechos de propiedad y de la libertad de intercambiar lleva, naturalmente, a la eliminación de los mercados y, por necesidad entonces, a la centralización del control de los medios de producción y a la planificación central de la economía, de lo contrario esta forma de socialismo descendería en el caos y anarquía económica. Como diría Engels: «ninguna sociedad puede retener permanentemente el dominio de su propia producción … a menos que se suprima el intercambio entre individuos».[32]De esta forma, el socialismo a gran escala no solo lleva al autoritarismo político, sino que además a la burocratización y verticalización de la economía. Estas ideas, tanto de la colectivización y centralización nacional de los medios de producción, como la idea de promover la propiedad nacional o colectiva (control «social») a gran escala están presentes, de manera consistente a lo largo de todos los escritos de Marx, incluso hasta en el segundo volumen El Capital.[33]


No obstante, sabemos hoy que la planificación centra conlleva inexorablemente al fin del Estado de derecho y a la predominancia de las decisiones arbitrarias del más fuerte en ámbitos económicos.[34] En un Estado nación planificador de la economía, si no sabemos salvaguardar nuestras libertades económicas y protegerlas con reglas claras y estables, se corre el riesgo de que dicho Estado (o poder político) use la justificación del control económico para destruir el Estado de derecho y la predictibilidad de nuestras actividades. Al tratar de hacerse del control de las actividades económicas con decisiones políticas ad hoc, como expropiaciones injustificadas, el planificar y controlar ciertas industrias clave sin justificación, el controlar los directorios de empresas, etc., el poder político no solo destruye el Estado de derecho sino que también destruye la dispersión del poder económico, ayudando a concentrarlo en las manos de la misma élite que controla el poder político.

El Premio Nobel de Economía F.A. Hayek (1899-1992) en su libro Camino de Servidumbre,[35] argumenta que la planificación central sería el probable fin de nuestras libertades políticas, por dos motivos: 1) no hay posibilidad de predecir el actuar del Estado en materias económico-jurídicas, ya que en la práctica ha dejo de existir el Estado de derecho (debido a la intromisión sin reglas, ni limites, de este en la esfera de la producción económica) y, 2) debido a que el poder político se ha concentrado con el poder económico. El Estado socialista planificador entonces es incompatible con el Estado de derecho, pues si: «el Estado pretendiese dirigir las acciones individuales para lograr fines particulares, su actuación tendría que decidirse sobre la base de todas las circunstancias del momento, y sería imprevisible. De aquí el hecho familiar de que, cuanto más 'planifica' el Estado más difícil se le hace al individuo su planificación».[36] El Estado de derecho es lo opuesto al gobierno arbitrario e impredecible que interviene en la economía, por este motivo la planificación central es incompatible con el Estado de derecho y con la democracia. «Decir que una sociedad planificada no puede mantener el Estado de Derecho ... significa tan solo que el uso de los poderes coercitivos del Estado no estará ya limitado y determinado por normas preestablecidas».[37]


Así las cosas, Hayek establece que una sociedad que planifica gran parte de su economía puede comenzar a transitar rápidamente en el camino de servidumbre. La dolorosa lección de la planificación central socialista del siglo XX es la siguiente: salvaguardar y proteger la libertad económica bajo un sistema capitalista con reglas estables es fundamental si queremos preservar nuestras libertades políticas y sociales. De esta forma, la planificación central de la económica y la economía colectivista, que promovían los socialismos del siglo XX siguiendo las ideas de Marx, son fundamentalmente enemigas de la libertad política y de la democracia. Como señalaría Elie Halévy: «Los socialistas creen en dos cosas que son absolutamente diferentes y hasta quizás contradictorias: libertad y organización».[38]


En simple, si no sabemos conservar nuestras libertades económicas de las garras de la planificación y del colectivismo político, la libertad política se convierte en un castillo de naipes que se derrumbaría fácilmente. El punto esencial es que la planificación central de una economía es incompatible con el Estado de derecho y, por ende, termina siempre asfixiando nuestras libertades políticas por vía de la planificación económica. Dicho de otra forma, la planificación socialista no es solo enemiga de la libertad económica, sino que es enemiga de la libertad tout court. En palabras de Hayek:


«la planificación [central] conduce a la dictadura, porque la dictadura es el más eficaz instrumento de coerción y de inculcación de ideales, y, como tal, indispensable para hacer posible una planificación central en gran escala. El conflicto entre planificación y democracia surge sencillamente por el hecho de ser esta [la democracia] un obstáculo para la supresión de la libertad, que la dirección de la actividad económica exige. Pero cuando la democracia deja de ser una garantía de la libertad individual, puede muy bien persistir en alguna forma bajo un régimen totalitario. Una verdadera “dictadura del proletariado”, aunque fuese democrática en su forma, si acometiese la dirección centralizada del sistema económico destruiría, probablemente, la libertad personal más a fondo que lo haya hecho jamás ninguna autocracia. ... en una sociedad planificada no puede mantenerse el Estado de Derecho».[39]


Con todo, tanto el socialismo del siglo XX, como las ideas de Marx son imposibles de realizarse de forma beneficiosa y pacífica en cuanto son incompatibles con la libertad individual y con las esferas de libertad económicas y políticas que necesita un ser humano para desplegarse dignamente. Dicha forma de socialismo entonces, es incompatible con la libertad y solo viable en servidumbre o bajo la coacción. «La libertad individual no se puede conciliar con la supremacía de un solo objetivo al cual debe subordinarse completa y permanentemente la sociedad entera».[40] En síntesis, una de las grandes lecciones que podemos extraer de las experiencias totalitarias del siglo XX que siguieron las ideas de Marx, es que no podemos separar a la libertad económica de la libertad política y creer que podemos abandonar una y mantener a la otra intacta en el tiempo; esto es «en gran parte una consecuencia de la errónea convicción de la existencia de fines estrictamente económicos separados de los restantes fines de la vida».[41] La libertad económica se relaciona con, y es indivisible de, la libertad en general, pues «quien controla la vida económica controla los medios para todos nuestros fines y, por consiguiente, decide cuales de estos han de ser satisfechos y cuales no».[42]


Como en el socialismo de Marx la competencia del mercado y las señales de ganancia y pérdida están ausentes para guiar el proceso productivo, a las empresas y el mercado del trabajo, entonces en un sistema centralmente planificado la presión económica y la guía del sistema tienen que venir de manos del Estado o de los revolucionarios; de esta forma, el Estado tiene que usar el comando y el control para guiar a los trabajadores, a la sociedad y a las industrias a hacer lo que ellos estimen conveniente o necesario en materias económicas. Pero esto significa que hay que usar la coerción y la imposición arbitraria de ciertos fines y de ciertos objetivos económicos al resto de la sociedad, en desmedro de todos los otros fines; subordinando así todos los objetivos y fines heterogéneos que poseen los trabajadores y el resto de la sociedad por debajo de aquellos fines establecidos de manera arbitraria por los revolucionarios. Por lo demás, un sistema de planificación central que comande y controle no puede dejar abierta la posibilidad de que hayan cuestionamientos constantes a sus decisiones económicas o disidencia respecto a los objetivos socioeconómicos impuestos; por lo que la democracia, el debate y la oposición política terminan también por desaparecer por la lógica interna del sistema.


En simple, «el control económico no es solo intervención de un sector de la vida humana que puede separarse del resto; es el control de los medios que sirven a todos nuestros fines ... La planificación central significa que el problema económico ha de ser resuelto ... no por el individuo; pero esto implica que tiene que ser también la comunidad, o, mejor dicho, sus representantes [políticos], quienes decidan acerca de la importancia relativa de las diferentes necesidades».[43]


En consecuencia, la evidencia histórica para con las ideas de Marx, durante todo el siglo XX, apoya fuertemente los argumentos expuestos en este ensayo: después de las experiencias en Rusia, China, Europa del Este, Cuba y en muchos otros lugares, hemos visto que la amenaza del socialismo a gran escala para con la democracia y la libertad individual es siempre incontenible. En ningún caso a lo largo de la historia de la humanidad han sobrevivido las libertades individuales y una democracia robusta dentro de un economía que haya seguido las ideas del barbudo filósofo de Tréveris. Como argumentó Raymond Aron en la conclusión de sus Mémoires (1983), como “economista-profeta”, Marx fue un “antepasado putativo del marxismo-leninismo” y, por lo tanto, un “sofista maldito que tiene su parte de responsabilidad en los horrores del siglo XX”. Este hecho, presentado a lo largo de este ensayo, no puede ser negado o ignorado sin hacer la vista gorda deliberadamente ante las realidades más oscuras del siglo XX. Resulta evidente entonces que Marx debe rendir muchas cuentas pendientes por sus ideas.

3. Conclusión

En síntesis, la dura verdad es la siguiente: toda vez que se han intentado las ideas de Marx y el socialismo a gran escala en la realidad, durante estos últimos 150 años de historia, dichas ideas siempre han conducido al estancamiento económico, a la muerte de la democracia, a la destrucción de la sociedad civil y a sistemas liberticidas que violaban los derechos humanos. Como hemos visto, el socialismo Marxista a gran escala requiere de ciertas condiciones jurídicas, políticas y económicas que inevitablemente erosionan las libertades de la sociedad civil y de los individuos, minando así los derechos humanos y promoviendo sistemas totalitaristas o dictatoriales.


En consecuencia, el pluralismo político y la alternancia en el poder no pueden sobrevivir sin pluralismo económico y la fragmentación de la propiedad privada que le hacen de contrapeso. Todo esto es tanto un hecho histórico como una regularidad empírica. Dicho de otra forma, si cada vez que se intentan las ideas de Marx en la realidad: por un lado, o vienen mal interpretadas y mal entendidas por los camaradas comunistas de turno, o, por otro lado, sus ideas siempre terminan en totalitarismos; si estos son las dos únicos posibles caminos aparentes para las ideas de Marx, quizás lo mejor que podemos hacer es definitivamente dar vuelta la página y abandonar de una vez por todas el pensamiento filosófico de uno de los intelectuales culpables de las ideas que dieron origen a los horrores del siglo XX. Dicho de otra forma, Marx no puede proporcionar los cimientos intelectuales sólidos para una izquierda progresista, moderada y responsable para con nuestras sociedades democráticas y la modernidad comercial. Sugerir lo contrario es caer en ilusiones y en el peor tipo de revisionismo filosófico e histórico.


Para Marx, no había manera posible de reconciliar sus esperanzas para con el futuro emancipatorio, con la realidad del mundo capitalistas, pues Marx era un escapista: quería huir del tiempo, de la escasez, de la división del trabajo, del mercado y de las limitaciones terrenales. Su análisis filosófico y económico estaba dirigido negativamente hacia este mundo, y por tanto totalmente crítico de él; sus esperanzas para el futuro eran utópicas, poco realistas y, en última instancia, hasta religiosas. Su plan era una religión secular, una religión omniabarcante de revolución filosófica que sentó las bases intelectuales de un conjunto de ideas que pavimentaron el camino del siglo XX hacia los peores abismos conocidos por el ser humano hasta la fecha. Las ideas tienen profundas consecuencias, y el caso de Karl Marx es uno de los más desafortunados y dolorosos que la humanidad haya visto de aquello.

[1] Bemis, T. (2016). «Karl Marx is the most assigned economist in U.S. college classes». Market Watch, Enero 31, 2016. [2] Véase: Weisman, T. (2013). Hannah Arendt and Karl Marx: On Totalitarianism and the Tradition of Western Political Thought. Londres: Rowman & Littlefield; y, Hodgson, G. (2019) Is Socialism Feasible?. Londres: Edward Elgar. [3] Socialistas y marxistas tienen dos estrategias argumentativas para responder a esta abrumante evidencia: i) Primero, hay algunos que buscan explicaciones ad hoc y chivos expiatorios exógenos al modelo socialista (que bordean las teorías conspirativas), como malos lideres políticos, bloqueos comerciales e intervenciones políticas de Estados Unidos y la CIA son ya clásicos de esta línea argumentativa. ii) Segundo, utilizan el ejemplo de la insurrección de «La Comuna de París» de 1871 o el ejemplo ficticio del campamento de G.A. Cohen, para señalar que existe evidencia de que las ideas de Marx podrían funcionar. Esta línea de argumentación posee tres problemas: primero, ignora el problema de la escala de una economía: organizar un campamento o una comuna no es lo mismo que organizar una economía entera o un país; dos, existen problemas temporales o de largo plazo: la experiencia de la comuna de Paris no solo fue un experimento a muy baja escala, sino que además duró solo 2 meses y 1 semana, por lo que resulta engañoso extrapolar sus resultados en el largo plazo, lo mismo sucede con un campamento ficticio; tercero, en pequeñas comunidades es posible resolver problemas colectivos con la cooperación y la propiedad común, pero eso no significa que los mismos mecanismos de hermandad y reciprocidad funcionen en grandes ciudades complejas e impersonales. Todos estos elementos son ignorados por marxistas contemporáneos como G.A. Cohen. Para un crítica al modelo de «camping» de sociedad ver: Ronzoni, M. (2012). «Life is not a camping trip – on the desirability of Cohenite socialism». Politics, Philosophy & Economics, 11(2): 171–185. [4] Hodgson, G. (2019). Is Socialism Feasible?, pp: vii, 19. [5] Roche, J. (2005). «Marx and Humanism». Rethinking Marxism, 17 (3): 335-348. [6] Marx, K. (2013). Manuscritos de economía y filosofía. Madrid: Alianza. [7] En palabras de Schumpeter: «El marxismo es una religión. Al creyente le presenta, en primer lugar, un sistema de fines últimos que encarnan el sentido de la vida y son absolutos estándares por los cuales juzgar eventos y acciones; y, en segundo lugar, una guía para aquellos fines que implican un plan de salvación y la indicación del mal de cual la humanidad, o una sección escogida de la humanidad, ha de ser salvada. … el socialismo marxista también pertenece a ese subgrupo que promete el paraíso de este lado de la tumba». Ver: J.A. Schumpeter (2010). Capitalism, Socialism, and Democracy. Londres: Routledge. [8] Véase: Jaeggi, R. (2016). «What (if Anything) Is Wrong with Capitalism? Dysfunctionality, Exploitation and Alienation: Three Approaches to the Critique of Capitalism». The Southern Journal of Philosophy, 54 (1): 44-65. Y, Elliot, J. (Ed.). (1981). Marx and Engels on Economics, Politics, and Society: Essential Readings with Editorial Commentary. California: Goodyear. [9] Para una excelente revisión de la teoría de la explotación ver: Zwolinski, M., Ferguson, B, y Wertheimer, A. (2022). «Exploitation». The Stanford Encyclopedia of Philosophy. [10] Marx, K. (2010). El Capital. Madrid: Alianza. [11] Marx aquí sigue las consecuencias lógicas de la teoría del valor de Ricardo: «El valor de un artículo, o sea la cantidad de cualquier otro artículo por la cual puede cambiarse, depende de la cantidad relativa de trabajo que se necesita para su producción, y no de la mayor o menor compensación que se paga por dicho trabajo». Ricardo, D. (1993). Principios de Economía Política y Tributación. México: FCE, p. 9. [12] Marx, K. (1980). Manuscritos: economía y filosofía. Madrid: Alianza, pp: 148-149, énfasis en el original. En otros textos, Marx es más categórico aún: «Lo que caracteriza al comunismo no es la abolición de la propiedad sin más, sino la abolición de la propiedad burguesa. Pero la propiedad burguesa moderna es la última y más perfecta expresión de la creación y apropiación de productos basada en enfrentamientos de clases, en la explotación del uno por los otros. En este sentido, los comunistas pueden resumir su teoría en esta única expresión: supresión de la propiedad privada. … Se trata efectivamente de la supresión de la personalidad, independencia y libertad burguesas. Por libertad se entiende en las actuales relaciones burguesas de producción el comercio libre, la compra y la venta libres». Marx, K. y Engels, F. (2019). Manifiesto Comunista. Madrid: Alianza, pp. 68-71. [13] Schumpeter, J. (2010). Capitalism, Socialism, and Democracy. [14] Marshall, A. (1920 [1890]). Principles of Economics (8th ed.). Londres: Macmillan. [15] Para una muy buena revisión teórica e histórica de las distintas teorías del valor y los graves problemas que tiene la teoría del valor trabajo de Marx consultar: Whitaker, A. (2020). History and Criticism of the Labor Theory of Value in English Political Economy. Nueva York: Columbia University Press. [16] Robinson, J. (2021). Economic Philosophy. Londres: Routledge, pp: 38-39. [17] Véase: Buchanan, A. (1979). «Exploitation, Alienation, and Injustice». Canadian Journal of Philosophy, 9 (1): 121-139. [18] Ver Allyn, Y. (1928). «Increasing Returns and Economic Progress». Economic Journal, 38 (152): 527-542. [19] Marx, K. (1980). Manuscritos. [20] Marx, K. (1974). Cuadernos de París. México: Ediciones Era, pp: 144-146. [21] Jaeggi, R. (2014). Alienation. Nueva York: Columbia University Press. [22] North, G. (1969). «Marx's View of the Division of Labor». Atlanta: FEE. [23] Estas no son las únicas cosas que Marx deseaba abolir o eliminar, por ejemplo, este también quería abolir la familia como la conocemos hoy y la individualidad, entre otros. Véase: Marx, K. y Engels, F. (2019). El Manifiesto Comunista. Barcelona: Editorial Austral, pp: 66-75. [24] Marx, K. (1980). Manuscritos, pp: 149, 170, 173. [25] Arnold, N. S. (1989). «Marx, Central Planning, and Utopian Socialism». Social Philosophy, and Policy, 6(2): 160-199. [26] En palabras de Marx: «Con la sociedad cooperativa basada en la propiedad común de los medios de producción, los productores no pueden intercambiar sus productos»; ver: Marx, K. (1971). Critique of the Gotha Programme. Moscú: Progress Publishers, p. 16. [27] Marx, K. y Engels, F. (1974). La Ideología Alemana. Barcelona: Ediciones Grijalbo, p. 34. [28] Marx, K. y Engels, F. (2019). El Manifiesto Comunista. Barcelona: Editorial Austral, pp. 62, 75, 76, énfasis añadido. [29] Marx, K. y Engels, F. (1975). Karl Marx and Frederick Engels, Collected Works, Vol. 3, Marx and Engels: 1843-1844. Londres: Lawrence and Wishart. [30] Trotsky, L. (2004). The Revolution Betrayed. Nueva York: Dover Publications, p. 213. [31] Orwell, G. (1944). «Book review: The Road to Serfdom by F.A. Hayek». Londres: The Observer, 9 Abril 1944. [32] Marx, K. y Engels, F. (1962). Selected Works in Two Volumes. Londres: Lawrence and Wishart. Vol 2., p. 267. [33] Marx, K. (1978). Capital, Vol. 2. Harmondsworth: Pelican Publisher, p. 434. [34] Schäffle, A. (1892). The Impossibility of Social Democracy. Londres: Swan Sonnenschein. [35] Hayek, F. A. (2021). Camino de servidumbre. Madrid: Alianza. [36] Ibídem, p. 137. [37] Ibídem, p. 146. [38] Halévy, E. (1938). L’Ère des tyrannies: Études sur le socialisms et la guerre. París: Gallimard, p. 208. [39] Hayek, F. A. (2021). Camino de servidumbre, pp: 130 y 145. [40] Ibídem, p. 305. [41] Ibídem, p. 153. [42] Ibídem, p. 157. [43] Hayek, F. A. (2021). Camino de servidumbre, p. 157.

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